Historia del Flamenco

El flamenco no se inventó en un día concreto ni tiene un creador oficial, porque nació en los
márgenes, en las fraguas gitanas, en las tabernas donde se ahogaban las penas y se celebraban las
alegrías. Es un mestizaje cultural brutal: ritmos gitanos, melodías moriscas, quejíos judíos y el
compás que traían los esclavos negros del puerto de Sevilla y Cádiz.

Los gitanos llegaron a Andalucía en el siglo XV huyendo de las persecuciones en Europa del Este.
Se encontraron con una tierra donde musulmanes, judíos y cristianos habían convivido (y peleado)
durante siglos, dejando sus músicas flotando en el aire caliente del sur.
De esa mezcla explosiva
nació algo único: un grito del alma que no necesita traducción,
un arte que expresa dolor, alegría,
amor, rabia y pasión con la misma intensidad.

En Triana (Sevilla), en las cuevas del Sacromonte (Granada), en los barrios de Santiago y San
Miguel de Jerez, el flamenco se cocinó a fuego lento durante siglos antes de salir de las casas y las
fiestas privadas. Los gitanos lo guardaban como un tesoro: se transmitía de padres a hijos, de
abuelos a nietos, sin partituras ni escuelas. Se aprendía viendo, escuchando, sintiendo.

No fue hasta finales del siglo XIX cuando el flamenco dio el salto a los cafés cantantes, esos locales
donde la burguesía andaluza (y luego la de toda España) iba a «conocer lo gitano»
mientras se tomaba una copita de anís.
Ahí se profesionalizó el arte: aparecieron los primeros grandes cantaores
reconocidos (Silverio Franconetti, La Niña de los Peines),
los guitarristas virtuosos (Ramón Montoya),
y los bailaores que elevaron el zapateado a categoría de arte.

El flamenco vivió de todo: épocas doradas (con figuras como Camarón de la Isla, que
revolucionó el cante en los 70-80), épocas de crisis (cuando se consideraba «cosa de viejos»),
fusiones polémicas (flamenco-rock, flamenco-jazz),
y un renacimiento brutal en los últimos 20 años.
Rosalía ha llevado el flamenco a público joven internacional,
aunque los puristas lloran porque «eso
no es flamenco de verdad» (siempre ha habido puristas llorando, tranquilos).

La UNESCO declaró el flamenco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2010,
reconociendo que es un arte único que merece protección.
Hoy día, el flamenco es más popular que
nunca: hay escuelas en Japón, en Nueva York, en Berlín.
Pero el flamenco auténtico, el que te pone
los pelos de punta, sigue estando en Andalucía: en las peñas flamencas de barrio, en los tablaos
históricos, en las zambras gitanas, y en las casas donde todavía se canta por Navidad y en los
cumpleaños.


El flamenco no se entiende, se siente. Si ves a alguien cantar por soleá y no se te eriza la piel, es
que tienes el corazón de piedra.