los Pueblos Blancos de Andalucía

Los pueblos blancos andaluces son la respuesta arquitectónica perfecta al sol abrasador del sur:
casas encaladas que reflejan la luz, calles estrechas que dan sombra, y ubicaciones en lo alto de
montañas donde corre la brisa. Fueron construidos así por los bereberes del norte de África durante
la dominación musulmana, y el resultado es tan bonito que da rabia.

Setenil de las Bodegas (Cádiz) es el más flipante: tiene casas literalmente bajo rocas gigantes. No
es que hayan construido encima, es que aprovecharon las cuevas naturales y metieron las casas
dentro. Hay calles donde el techo es una roca de cientos de toneladas. Las vistas son surrealistas, y
los bares bajo las rocas tienen un aire fresco natural que es una maravilla en verano.

Setenil de las Bodegas

Frigiliana (Málaga) es probablemente el pueblo más fotografiado de Andalucía. Calles empinadas
empedradas, macetas con geranios en cada esquina, casas tan blancas que brillan. Es el pueblo
morisco mejor conservado de la zona, y todavía se nota la estructura laberíntica diseñada para
confundir a posibles invasores. Sube hasta la zona alta para tener vistas al Mediterráneo.

Frigiliana

Zahara de la Sierra (Cádiz) está encaramado en una montaña con un castillo en lo más alto y un
embalse turquesa abajo. La estampa es de postal: pueblo blanco, castillo medieval, agua azul,
montañas verdes. En primavera, cuando todo está verde, es especialmente espectacular. Ideal para
senderismo y para desconectar del mundo.

Zahara de la Sierra

Grazalema (Cádiz) es el pueblo con más lluvia de España (paradójicamente, en Andalucía), y por
eso está rodeado de un verde intenso poco habitual en el sur. Es famoso por sus mantas de lana
artesanales (las hacen desde el siglo XVI), su queso de cabra payoya, y por ser la puerta de entrada
al Parque Natural Sierra de Grazalema.

Grazalema

Vejer de la Frontera (Cádiz) es árabe puro: calles estrechas, patios escondidos, murallas
medievales. Las mujeres de Vejer llevaban hasta hace pocas décadas la «cobijada», un velo negro
que las cubría completamente excepto un ojo. Ahora es un pueblo bohemio lleno de artistas,
restaurantes con encanto, y tiendas de artesanía. Las vistas al Atlántico son espectaculares.

Mojácar (Almería) es blanco mediterráneo con vistas al mar. El pueblo antiguo está en lo alto de una
colina, con un estilo morisco clarísimo (dicen que aquí nació Walt Disney, pero es un bulo que a los
vecinos les encanta perpetuar). La playa de Mojácar, abajo, tiene 17 kilómetros de arena dorada.

Arcos de la Frontera (Cádiz) es espectacular y algo peligroso a partes iguales: está construido en lo
alto de un acantilado vertical sobre el río Guadalete. Las calles son tan empinadas y estrechas que
dan vértigo, y algunos miradores te hacen sudar frío del miedo. Pero las vistas merecen el susto.

Casares (Málaga) es el pueblo natal de Blas Infante (el padre del nacionalismo andaluz), y es tan
bonito que hasta Julio Iglesias tiene casa aquí. Está pegado a la montaña, con calles imposibles y
una fortaleza árabe en lo alto. Las vistas llegan hasta Gibraltar en días claros.

Todos estos pueblos tienen algo en común: bares donde los abuelos juegan al dominó, iglesias con
campanas que suenan a todas horas, y esa paz de pueblo pequeño donde todo el mundo se conoce.
Perfectos para perderte un fin de semana y recordar que la vida puede ser más lenta.